Se está remodelando el mundo, esa vieja naranja mecánica, pero nadie sabe bien adónde vamos. Hierven los movimientos geopolíticos, estratégicos, financieros y demás. Luego está lo de quién ganará la carrera del bitcoin, de la Luna, de la IA y de las tierras raras. El nuevo orden, o desorden, planetario muestra sus colmillos y por eso hay nostalgia hasta de “El mundo perdido”. Muy original en ese ramo literario fue “The lost world”, novela que escribió Conan Doyle en 1912. Su obra no se sitúa en los clásicos lugares aún remotos; selvas, hielos, desiertos, islas fantásticas. El escritor escocés encuentra las mesetas que coronan los tepuyes o montañas de la Guayana. Como Roraima, en la frontera entre Venezuela y Brasil, donde parece que arriba no debe de haber nada y otra vez empieza el mundo. Abajo corren los ríos de la selva, pero Conan Doyle se fija en la extraña cima de su tepuy, lleno de grietas como cañones, y de espacios gigantescos con nuevos vegetales, minerales y animales. Hay hasta homínidos, pero vivos. Y algún que otro lagarto jurásico. El profesor Challenger no dice “Elemental, querido Watson”, como Sherlock Holmes. Su nuevo mundo perdido tiene otras referencias, como si se tratara de un trozo del espacio exterior, o quizás de una inesperada burbuja volcánica, o de una región oceánica abisal. Ahí arriba no se ha seguido ni la Historia ni la Evolución, ni la Física cuántica. Allí había que volver a pensar todo, como se supone que lo harán los supervivientes a una tercera guerra mundial. O, si ojalá eso no llega, los náufragos de los variados conflictos actuales.
5 comentarios:
Reproducía la antropóloga Elizabeth A. Povinelli una historia que le había contado su madre (BBM): «Algunas veces, cuando andas por el bosque, puedes ver y oír que la hierba delante de ti hace shshshshsh. Piensas que ngaden ha hecho que la hierba haga shshshshsh. Pero cuando tratas de agarrarlo encuentras una brizna justo entre tus yingi [pechos]. Es gandu [hombre extraño], no ngaden. Wagai ganiya [acabada, ahora yaces, esto es, estás muerta]. Pero si escuchas primero, ese wagalwagal [pájaro comemiel] cantará werrigwerrig y lo sabrás: no es un ngaden es un gandu mungul [hombre extraño malvado]»
Parece que muchos gandus danzan por doquier y pocos pájaros wagalwagal cantan para prevenirnos. Pero como en los sueños de los aborígenes australianos hasta las rocas tienen vida. Podríamos decir también que las tierras raras tienen vida, o más bien, en estos momentos dolor y sufrimiento no sólo en Europa, por ejemplo, la BBC daba este titular: «Tántalo, el metal raro que hace funcionar tu teléfono y que es una de las causas de la guerra en la República Democrática del Congo». Ya no es el marfil del señor Kurtz pero sigue siendo el horror.
Los ladrillos de este nuevo tiempo parecen sostenerse sobre unas bases tan económicamente simples cuanto moralmente rechazables. ¿Cuándo todo se termine nos comeremos los billetes? ¿Todo deseo es esclavo de lo deseado?
Povinelli apoyándose en Gordon y Trigger nos deja estas desasosegantes palabras: «... Los estudiosos del cuarto mundo se han basado en dos tendencias de la economía política para situar históricamente los campamentos de los bosquimanos contemporáneos, sobre todo para explicar por qué, por todo el mundo, "literalmente huele [a] muerte y descomposición"...»
Esperemos que las rocas sigan escuchando y el wagalwagal siga cantando.
Un saludo,
Benito Fernández
Buenos días:
Un cambio de paradigma, palabra tan de moda, se abre ante nosotros. El fin de una etapa, y puede, que el principio de otra para la que no hay marcha atrás. Hace más de un siglo, Armando Palacio Valdés perfilaba esta idea en su obra, aunque quizás con tintes más bucólicos, describía un escenario donde la aparición de nuevas formas de explotación, traería el cambio en el modo de vida. La etapa actual quizás sea más peligrosa, ahora alcanza a la creación de contenidos, con la llegada de la IA a nuestras vidas, todo se vuelve confuso ¡qué difícil se convierte distinguir lo real de lo imaginario! Ortega y Gasset decía que debemos evitar suplantar con “nuestro mundo” el de los demás, pero ¿suplantaran los demás el nuestro? ¿tendremos que conformarnos en vivir en un mundo irreal?
Et in Arcadia ego y no sólo por el cuadro mitológico de Poussin, sino también por la invocación que el citado autor asturiano hace en su “La aldea perdida”:
La Arcadia ya no existe. Huyó la dicha y la inocencia de aquel valle. ¡Tan lejano! ¡Tan escondido rinconcito mío! Y sin embargo, te vieron algunos hombres sedientos de riqueza. Armados de piqueta cayeron sobre ti y desgarraron tu seno virginal y profanaron tu belleza inmaculada. ¡Oh, si hubieras podido huir de ellos como el almizclero del cazador dejando en sus manos tu tesoro! Muchos días, muchos años hace que camino lejos de ti, pero tu recuerdo vive y vivirá siempre conmigo.
Muchos sombrereros locos necesitamos para que nos recuerden “Alicia, nunca pierdas tu mucosidad”, para que tratemos de no perder nunca nuestro norte, y para que, aunque algunos traten de llevarnos a la deriva, sepamos al menos, enderezar el rumbo de nuestra realidad más cercana.
Un saludo,
Patricia Fernández
Cierto; Benito, que las piedras hablan y no sólo para los aborígenes australianos. Y no se trata únicamente de que hablen los ópalos, tan codiciados por los blancos. Y por supuesto que las hierbas hablan con su propio lenguaje, casi tan propio como el de los clicks de los san del Kalahari. Nos dices, Benito, que lo de esas hierbas parlantes era algo que le contaban en su casa a la antropóloga Elizabeth Povinelli. No me extraña. Con el tiempo Povinelli ha llegado a ser “Profesor Franz Boas” de la Universidad de Columbia, un título de cátedra que no tiene cualquiera. Boas fue el padre del relativismo cultural o, mejor, quien acuñó ese término ya a finales del XIX. Y aún hay quienes se lo discuten, sobre todo los que están embarcados en la nave divina, una especie de Arca de Noé de los elegidos puros y duros, porque ellos mismos se creen en posesión de la verdad absoluta. Igual un día conquistan Marte, pero ya son marcianos que viven entre nosotros.
Un abrazo
L.
Desde luego fue intuitiva y pionera, Patricia, “La aldea perdida” de Palacio Valdés. Luego vinieron otros mundos perdidos con la perspectiva de la modernidad, y hasta de la ciencia ficción. Tienes razón diciendo que lo peligroso ahora es que la célebre IA avance tanto que construya una realidad paralela y que nos traguemos muchos de sus anzuelos. Pero como decía muy bien el Sombrero Loco de Alicia hay que conservar la mucosidad, y valorarla. De hecho, ya sabes que si le dieran a elegir a Alicia su propio mundo ella desearía que fuera todo él de sinsentido. El nonsense que aquí echamos tanto en falta.
Un abrazo
L.
Las erratas corren más que la liebre de Alicia. Hablamos de la "mucosidad" en el diálogo del Sombrero Loco y Aliocia cuando debe ser "muchosidad", que eso es lo gordo, perder el espíritu, ese no se sabe qué, que era mucho, y que antes nos hacía buenos seres terráqueos...
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