sábado, 8 de junio de 2013

MAU MAU Y LEYENDA NEGRA ESPAÑOLA

Cada pueblo maneja sus horrores e hipocresías a su aire, pero también los gobiernos pueden ser más o menos sensibles al espanto de su historia. La insensibilidad y la política del avestruz es lo más perjudicial en toda época y lugar. Es admirable, aunque tardío, que los ingleses vayan a pagar 2.600 libras esterlinas a cada uno de los 5.000 supervivientes de sus campos de concentración en Kenia en los años 50. Eran auténticos Gulags, y completaban la obra masiva de represalia contra la población kenyata -especialmente los kikuyus- que ascendió a 90.000 víctimas cuando la insurgencia del Mau Mau. Este movimiento no era tierno -aparte de sus crímenes se cargó la estampa idílica del Imperio británico, la del té a las cinco en las colinas oyendo el lejano rugido de los guepardos y aspirando el olor del campo mojado tras las primeras lluvias. Los españoles hemos tenido encima la leyenda negra de la conquista de América y la verdad, aún mucho más hiriente, de una guerra civil. A todo eso se le ha querido echar cal y olvido. En Gran Bretaña salen ahora a relucir los crímenes cometidos en los años 50 no contra los terroristas del Mau Mau, sino contra todo el que se moviera o fuese un poco negro. Causa sorpresa saber que había a este efecto un campo especial de concentración, e investigaciones, en Hanslope Park (Buckinghamshire), en las afueras de Londres. En Kenia en esa época a Onyango Obama, abuelo de Obama, le metieron alfileres en las uñas y le apretaron los testículos con unas varillas metálicas. Su nieto aún no ha cerrado Guantánamo y deja que haya sinuosos deslizamientos contra la intimidad cibernética de la gente. Otros vecinos, los franceses, aún tienen que digerir Camus, y sus manchas en Argelia y Vietnam. Los ingleses enseñan en sus libros de texto que su Imperio fue "antorcha de la tolerancia, la decencia y la ley". No todos han leído el Raj Quartet de Paul Scott donde se examinan las verdades amargas que llevaron a la partición de la India en dos Estados irreconciliables. Se espera al menos que sus nuevos libros de historia cuenten que su Kenia no era tan romántica como la pintaba Karen Blixen.   

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