miércoles, 19 de febrero de 2014

CAMBIO CLIMÁTICO. TERRORISMO Y EGOISMO

Hace más frío, se inunda todo, cuesta más la luz, y encima hay calentamiento global. Es normal quedarse pasmados con todo eso y más. Lo que no es tan normal es que el vicepresidente norteamericano Kerry vaya a Yakarta (Indonesia) y diga en una conferencia que el cambio climático es terrorismo, y hasta "la mayor arma de destrucción masiva". Pobres torayas de las Célebes, qué culpa tendrán ellos. Quizá tengan más responsabilidad los países que más contaminan, como Estados Unidos, China y otros... No extraña que el republicano Newt Gingrich se haya lanzado a la yugular de Kerry (al que llama Kearry para fastidiar): "La era de los dinosaurios era dramáticamente más caliente que ahora y no se coció el planeta. De hecho la vida era buena". Sólo nos faltaba volver a los felices tiempos jurásicos. Pero donde estamos es en un mundo complejo, contradictorio, y profundamente egoísta. El racionalismo egoísta es lo que ha triunfado según Frank Schirrmacher ("Ego, las trampas del juego capitalista", Ariel, 2014). En la entrevista que le hace Daniel Arjona para "El Cultural" el influyente pensador alemán no se corta: "Nadie dice lo que desea en realidad". La gente en este sistema es egoísta, cómo no si las grandes computadoras financieras no se enteraron en 2008 de la caída de Lehman Brothers y de medio planeta. Ahora hay empresas como Cataphora, que analiza correos electrónicos para el Ministerio de Justicia de los Estados Unidos, y que acaba sabiendo de las personas más que ellas mismas. Y al parecer las compañías que analizan dar o no créditos (más bien no) saben hasta qué música escucha el interfecto y qué escribe en Facebook. Es el mundo feliz (a lo Brave new world) de los 1.800 millones de móviles, con las huellas digitales por todos lados, con el gen egoísta bien puesto y disparado, pero ojo si te sonríen. Una tienda de California ya se anuncia diciendo "Aquí sonreímos de verdad". Como los subsaharianos que entran en España gritando: "¡Barça, Barça!".


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4 comentarios:

Benito dijo...

Ahora toca el gen egoísta, parece que todo en estos tiempos puede explicarse mediante la genética, mediante la legitimidad que entre nosotros parecen tener las explicaciones científicas con su carácter de inevitabilidad y legitimad.

Por las Célebes los torayas pueden tener todas las culpas, y por aquí, a nosotros se nos puede acusar de ser los culpables de la subida de la luz, entre otras muchas razones por poseer un gen de consumo irracional… Eso sí, nos acusarán unos señores impecablemente vestidos y con una sonrisa californiana.

Tal vez deberíamos vernos como dinosaurios a punto de extinguirnos y de este modo llegar a pensar un poco más en plural y no tanto en singular, para poder vislumbrar horizontes tras la siguiente esquina y no simplemente un único camino. De otra manera es posible que el largo y frío invierno weberiano solo este comenzando.

Saludos,
Benito

Luis Pancorbo dijo...

"El largo y frío invierno weberiano...", qué bien expresado, Benito, es lo que nos cae. De lo del "Ego" de Schirrmacher se podría salvar, a mi juicio, esa idea suya de que tenemos un doble digital, construido con las huellas digitales que vamos dejando, y que no se diluyen como cree la gente que siembra de cookies sus navegaciones y cree que eso es en vano. Depende: el doble digital nos define, describe quiénes somos realmente, y ahí el libro citado acierta. Otras cosas son más conocidas, como que se va a la fusión de hombre y máquina. Supongo que eso se hará claro y meridiano con las Google Glass, las gafas de datos, que ya están también al caer... Pero sin duda al egoísmo triunfante, en el gen y en la cartera de Wall Street, se está oponiendo una cada vez más difundida sensación de que hay que repulir, redefinir, y confinar, los juegos capitalistas por muy triunfantes que estos sean, en especial para sus grandes beneficiarios. Esa soterrada dialéctica ha de aflorar cada vez más, porque las lagunas empiezan a ser mares, y los fríos del calentamiento global desde luego no se pueden combatir con unas facturas de la luz como las españolas. De hecho en esas empresas energéticas (y tanto que energéticas) está la crema de la partitocracia española y de los servicios prestados.
Goethe ya no podría morir pidiendo "Luz, más luz". Le costaría un ojo de la cara.
Un abrazo
L.P.

Patricia dijo...

Buenas tardes,

Quizás nada sea verdad, ni nada sea mentira, pero a la hora de echar piedras a la balanza, esta se inclina casi siempre al lado de los mismos. Apliquemos al cambio climático la regla 80-20 de Pareto, diviendo la sociedad entre los "pocos de mucho" es decir el 20 % de la población, que ostenta el 80 % de algo y los "muchos de poco" en este caso formado por el 80 % de la población que ostenta el 20 % de algo.

Me viene a la mente la "falacia de la ventana rota" o "del cristal roto" de Bastiat. En esta parábola se narra como un chico rompe el cristal de la panaderia de su barrio. Las personas se van reuniendo alrededor del comerciante y empiezan a pensar en el beneficio que tendrá el cristalero, que comprará pan, y que beneficiara al panadero, este podría ir al sastre a comprar un nuevo traje...y así el chico no habría realizado un acto de vandalismo sino un beneficio para la sociedad.

La gran mentira de este razonamiento está en que sólo mira el beneficio, pero se ignoran los costes, así la sociedad pierde la capacidad de valorar los objetos. Podremos ver el cristal nuevo, pero ¿y el nuevo traje?

¿Qué es lo que vemos y lo que no vemos? o mejor aún, ¿qué es lo que nos dejan ver?. Tan difícil adivinarlo como averiguar que se esconde tras la sonrisa del Gato de Cheshire.

Un saludo,
Patricia

Luis Pancorbo dijo...

Fantástica parábola del cristalero, Patricia. Todos ganan menos los que pierden. Y el 80-20 de Pareto se queda corto. ¿Qué tal el 99 por ciento que tiene el 99 por ciento de todo y un 1% que tiene el resto?
Tras la revolución de octubre el castillo de naipes empezó a caer en Europa. En el invierno de 1918, largo, frío y weberiano, como nos recuerda Benito, la monarquía del káiser se fue al garete, y empezó la cuesta abajo que llevó a Alemania a la locura hasta su derrota final en menos de treinta años. Pero qué décadas de nazismo y horror, y de cristales rotos y de la Shoah. Eso no hay que olvidarlo. Una forma agridulce de tenerlo presente es viendo "Monuments Men" de George Cloney, los salvadores de arte robado por los nazis. Göring y compañía robaban no sólo la vida sino la hacienda de los demás. Vaya dechados de virtudes cívicas y morales, que a su lado los corruptos meridionales son malos banderilleros. Y los nazis se llevaban desde el retablo de Gante, a la Virgen de Miguel Ángel que hay en Brujas (por fortuna), y demás Renoir y Cezanne y... Los nazis enseñaron que la moral es algo que sale del cañón de una pistola. Ahora los ganadores del cotarro demuestran que tirando las cuerdas del paro, sea juvenil o de personas de más de cincuenta años, pueden estrangular a las sociedades quitándoles cualquier impulso de resistencia. Ya no hay más que corderos que no necesitan ser degollados. Se les da un poco de pienso (fútbol, tele, un cochecito pero sin pasarse de gasolina...), y ala, majos, a dar las gracias por currar, y si no curráis que os den para el pelo. Vuelvo de África oriental, de otro país del Cuerno, y allí está claro lo que pasa: el futuro es como la cara del gato de Alicia. ¿Por qué sonríe? ¿De qué sonríe?
Si sobrevivir no es lo mismo que vivir.
Un abrazo
L.P.