En esta época indecisa entre la paz y la guerra, la mejora del mundo y sus gentes o dar un poco de maquillaje al gran virus de la desigualdad, cabe recordar “Pajarracos y pajaritos” (1966), una increíble película de Pasolini. Tan increíble que fue prohibida por el franquismo y no se estrenó hasta 1979. Era y es una fábula, con toda la inocencia de un autor que sobrepasaba las contingencias políticas y estéticas, y hacía en este caso un filme conscientemente inverosímil. Relata la perplejidad ante un mundo donde ya las grandes ideologías no parecían poder curar los males del mundo. Entonces Pasolini recurre a un cuento, protagonizado por un padre y un hijo (nada menos que Toró y Ninetto Davoli), que caminan por la desolada periferia de Roma. Van dialogando y desde luego no resuelven los problemas existenciales, pero tampoco lo hace el tercer protagonista que es un cuervo parlante. Se creyó que ese cuervo debía ser marxista, pero Pasolini ya sabía que es una figurea primordial en muchas culturas, el héroe burlón, el trickster, el que reordena el caos. Pasolini tampoco se arredra sabiendo que por lo general el mundo se divide en pajarracos y pajaritos, y que las metas importantes de la humanidad siguen pendientes.