Y
llegaron las calabazas que nos da este momento del mundo. No son las eléctricas
del Halloween, sino las rellenas de inquietudes por la inflación, la guerra, y
la pandemia solapada. El año acaba ahora, según la apreciación de los viejos
cultos célticos. En España con menos aceitunas y más flacas. El cambio
climático igual dura por toda la presente generación de humanos, siete mil
millones mirando al cielo. El Homo Sapiens sabe lo que hay que hacer, a
diferencia del mamuth. Es mejor no temer tanto miedo como en Finlandia y en
Polonia agotando las pastillas de yoduro potásico en las farmacias. Eso no cura un desenlace nuclear. Es absurdo,
además, que se produzca. Por eso conviene sonreír. En la Casa de México en
Madrid han puesto un altar monumental presidido por una festiva calaca, un
elegante esqueleto, bajo los augurios de Frida Kahlo, la gran pintora, y una
cascada de velas y cempasutchiles, las anaranjadas flores de los vivos, porque
los muertos, por mucho que se empeñen algunos, nada ven.